De repente se dio cuenta que volvía a experimentar lo que ella llamaba "teletransportación", que es lo mismo que soñar despierta. Se había dejado el libro que tanta compañía le hacía y los auriculares. Lo agradecía.
El sol se asomó de repente y iluminó el vagón. Para ella era un problema que ahora el tren fuese de alta velocidad porque sabía que no tendría tiempo de meditar todos los pensamientos y ordenarlos bien.
Recordó las palabras que le contó aquel -ahora- extraño en medio del torbellino de gente que acostumbra a llenar la discoteca de la ciudad. "Perdiste el tren". "Ahora ya está". "Lo perdiste y se acabó".
Estas palabras retumbaban en su interior.
Había escuchado tantas veces la metáfora de las personas como trenes. Los trenes. No esperan a nadie y tienes que ser rigurosamente puntual. En el momento adecuado. ¿Pero nos ponemos a pensar en si la persona no lo quiere coger?
Y si las ganas sobran, el hastío lo invade todo y la frustración duele. Cuando queremos, pero no queremos bien y lo mejor que puedes hacer es que aquel tren sea cogido por la persona adecuada que está lista en el andén de la próxima parada. Radiante y predispuesta todo.
Porque tú no estabas preparada. O lo estabas pero no para aquel tren. Porque sabes que debe haber otro tren. Diferente. Quizás no tan cómodo, sin bar en el interior y con un acompañante que come patatas fritas con ketchup. Pero empiezas a observar tu alrededor y al otro lado tienes una chica leyendo a Hemingway y empieza a contarte una historia fascinante. Y se oye a Izal en voz baja. Y el tren va rápido pero tienes tiempo para disfrutar del paisaje de detrás de la ventanilla.
Y sonríes. Y quieres más.
Que viva los trenes que perdemos y que vivan los trenes del futuro -y del presente-. Toda renuncia implica ganar. Ya lo verás.
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