De repente, sonó su alarma que significaba que le quedaban 10 minutos, 5 si se arriesgaba un poco, para levantarse. Enseguida se ponía el albornoz rosa y se sentía reconfortada frente el frío de aquel piso por la mañana. Aquel piso que habían alquilado hacía poco. El tiempo suficiente como para encontrar el baño a ciegas. Se arregló como hacía siempre. Hacía ya un tiempo que se maquillaba más bien poco. Y no por pereza, sino que se veía más bella sin tantos matices en la cara y prefería apostar por la naturalidad. Eso sí, siempre que cogía los productos mínimos, esto es, sérum natural y crema facial con vitaminas (daba mucha importancia a su piel) recordaba que tenía que hacer limpieza. ¿Por qué ella que invertía tan poco en cosmética tenía los cajones abarrotados? Misterios de la vida.
Preparó su pequeño zumo, ese día tocaba de limón y en ayunas y mientras tanto empezaba a preparar los cafés, para los dos. De repente empezaba a oír la quinta o sexta alarma de él. Sí, era una de esas personas que antes de levantarse, al contrario que ella, oía una media de cinco a diez alarmas. Le costaba levantarse. Había días que se sorprendía de que ella, que siempre había sido muy dormilona, ahora se encontrase con la responsabilidad de asegurarse de que su pareja se levantase o no llegara tarde. Quizás nunca pasaría, pero le gustaba que ella se preocupase.
-Amor, amor. Levántate, venga. Tienes el café preparado. Date prisa. Siempre igual…
-Gracias, cariño. No sé la suerte que tengo de estar contigo. De verdad.
-Porfavor, me tengo que vestir y hacer la cama.
-Ja,ja. Si tú crees que te puedes liberar de mí sin darme mi dosis de mimos matutinos… no te lo crees ni tú.
Mientras ella intentaba escapar. Le gustaban los besos en en el cuello y en el hombro. Aunque quisiera, sus arrumacos le sabían a gloria, pero su responsabilidad y sus prisas le recordaban que no podía demorarse.
Alguna vez había pensado en qué pasaría si rechazase alguna muestra de amor y esa fuese la última. Había oído historias de gente que se lamenta por no haber invertido el tiempo en lo que de verdad importa. Recordaba el último instante en que vió su a cocker a través del portal de su casa. Nunca podrá olvidar aquellos ojos que gritaban y brillaban más que nunca. Pero Alexia en ese momento, tenía prisa, unas prisas infinitas para llegar al cine acompañada de Guillem, su ex, el típico ex de toda la vida. “Por favor, Pipa, mi amor, me tengo que ir, nos tenemos que ir que empieza la sesión. Te prometo que al regresar te voy a achuchar. ¡Adiós, papá!” Al regresar, Pipa había muerto mientras dormía en su casita de madera, en el jardín, mientras se oían los grillos y el cielo estaba cubierto de estrellas.
Sin embargo, sus lágrimas realmente se agotaron, y no estoy hablando con un lenguaje literal, el día que su querida abuela, con la que había vivido muchos años y le había arropado todos los veranos de su infancia y de su juventud, le pidió que se parase un momento en su habitación. Le reclamaba que siempre iba atareada. Pasaba por delante de su puerta sin tan siquiera pararse. Quería unas palabras de su nieta a la que últimamente veía más bien triste. “Ay, abuela, lo siento, siempre voy tarde y el tráfico se pone fatal a estas horas de la tarde. Ya sabes. (Un poco de mal humor, como siempre desde hacía un tiempo, un año quizás). “A la vuelta me paso y hablamos”. La vuelta quería decir después de cenar porque solía terminar tarde de su trabajo como contable en practicas. Y su abuela, con pena y resignación, decirle que vale, que fuera con cuidado. Nunca olvidaría aquel fragmento de su vida que tantas veces la había acompañado. Y nunca más volvió a oír el timbre de su voz. Ni tocar sus manos. Y todo aquello que la esperaba y que le impedía detenerse un momento era superfluo, superfluo como tantas cosas en la vida que no sirven para nada. La jaula del hámster se recordaba una y mil veces.
Vivía con ese temor, por eso se paraba un poco y ponía el freno de mano. Por si… hay cosas que nunca son demasiado. Mientras se vestía, él la observaba. Sabía que le gustaba. Le gustaba mucho. De hecho la atracción sexual con Pablo había ido in crescendo con el tiempo. Cuanta más intimidad, más gozaban de ellos. Alexia intentó vestirse rápida, todavía le incomodaba que la miraran detenidamente desnuda. Siempre en su cabeza aparecían ideas hirientes, no estoy tan delgada como me gustaría. Quiero estar más morena… ¿Por qué aquella manía de estar perfecta siempre? Sabía que esto se debía a una autoexigencia impuesta. Porque cuando vivía sola le ocurría lo mismo. La insatisfacción permanente. Siempre le venía a la cabeza el mito de Sísifo, siempre subiendo la montaña con una gran carga, para que una vez arriba, tuviera que hacer el mismo esfuerzo. Pensaba en los memes que se enviaba con sus amigas que las consolaban a todas, sobre todo, en navidad y cuando tenían cenas donde olvidaban por un momento las dietas y la presión social.
Y ella se percató de lo guapo que estaba él cuando iba al trabajo. Con la camisa y aquella americana de Massimo Dutti. Le gustaba su presencia. Su espalda y la forma en que le quedaban todas las prendas. Después de un beso largo y cálido, recordaron que mañana era viernes y que, por lo tanto, cenarían y beberían vino.
Al irse ella se quedó pensativa. Ya había hecho la cama y lavado las dos tazas. Recordó todas las tareas y las clases que le quedaban por delante. Pero era jueves, lo que significaba que si podía, terminaría una hora antes. Los jueves eran el peor día de la semana, un montón de clases sin ningún descanso y pasaba por tres cursos distintos. Aunque adoraba su trabajo, ese curso se le estaba haciendo un poco cuesta arriba. O esa era su sensación. Nunca imaginó que aquel jueves no sería un jueves cualquiera. Es difícil conocer de antemano los grandes cambios que nos da a veces la vida. A veces, simplemente, se tuerce. Su hermana solía decirle que todo pasa por algo, pero Alexia pensaba que el azar era caprichoso y, a menudo, injusto.
PS. Si realmente alguien dedica su tiempo en leer esto. Voy a continuar... aunque nunca lo sabré.
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